Se compró un despertador de acción interna. La cirugía fue sencilla. A las pocas horas, ya podía utilizarlo. Solo bastaba programar, desde el display injertado en su brazo, la hora a la que se quería levantar. Cuando se cumplía esa hora, si estaba durmiendo, se despertaba automáticamente y sin sueño. Lo maravilloso de su nueva adquisición era que también funcionaba como dormidor, o sea que programaba la hora a la que decidía dormir, y exactamente a esa hora entraba en un sueño profundo. Todo marchaba perfecto hasta el día del paseo en el bosque. Ese día, se programó una siesta de dos horas, y quedó durmiendo entre los árboles. Mientras dormía, se le acabó la pila al reloj. Y ahí quedó en ese letargo hasta el día de hoy, a la espera de que algún príncipe azul la despierte con un beso.
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