Era una pareja muy unida. Tal vez se debía a que se conocían desde el jardín de infantes, tal vez a que él estuvo a su lado cuando murió el padre de ella, tal vez porque tuvieron un hijo cuando todavía no estaban preparados para eso, tal vez porque lo perdieron a los pocos días de haber nacido mientras él estaba en un viaje de negocios o tal vez, y esto es lo más probable, por el cambio de personalidad que produjo esta situación en ella. Se volvió una persona que no expresaba de frente sus sentimientos, pero los escribía y los dejaba en algún sitio para que él los encontrase. Así ocultaba un te quiero, un halago, un reproche, una confesión, una dedicatoria, una disculpa por diferentes lugares, como en bolsillos, dentro de las tazas, detrás de los cuadros, en cajas de zapatos, bordados en la cortina, debajo de una silla, dentro de un almohadón, en alguna hoja de algún libro. En cualquier lugar, él se podía topar con un sentimiento de ella. A veces encontraba el mensaje el mismo día que ella lo escribía, otras veces semanas o meses después; pero la mayoría demoraba años en encontrarlos. Tal es así que cuando ella murió, él siguió encontrando mensajes por muchos años más. El último mensaje que encontró fue una confesión, escrita en el interior de una guitarra, cuando accidentalmente, esta cayó al piso y se rompió en pedazos. Ese día puso en venta la casa y salió a la búsqueda de su hijo.
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